Celebración ante el Día Internacional de las Mujeres

Ante el Día Internacional de las Mujeres, nos reunimos para celebrar orando y orar celebrando. Convoca la Comisión Diocesana para una Vida Libre de Violencia Contra las Mujeres.
[Entrada publicada el 22.2.18; actualizada el 5.3.18]

Intervención de José Luis Segovia Bernabé en la vigilia

VOLVER AL PARAÍSO

Queridas amigas y hermanas:

En esta Vigilia, que anticipa la Jornada de la Mujer del 8 de marzo, os traslado en primer lugar el cariño, el respeto y la escucha diligente y atenta de nuestro querido Cardenal Arzobispo, Carlos Osoro.

El deseo de “parar el mundo”, al que os sumáis, revela, sin necesidad de mucha interpretación, una conciencia planetaria cada vez más intensa y, sobre todo, la hartura  de millones de mujeres de todo el orbe, en la ciudad y en el campo, por tanta sobredosis de inequidad y de sufrimiento evitables. Se trata de bastante más que del anhelo de lograr un mundo más justo y equitativo en el que las cargas y los cargos sean distribuidos igualitariamente entre hombres y mujeres. El Cardenal de Madrid ha expresado su profundo respeto por una iniciativa que va más allá de la superación de una insufrible brecha salarial, en la que asumir el cuidado de los hijos o de los mayores dependientes constituye un factor de vulnerabilidad social políticamente desatendido. La lucha contra la feminización de la pobreza va más allá del techo de cristal que impide a las mujeres alcanzar ámbitos de responsabilidad dominados por varones. También en la Iglesia. No en vano, hace unos días, L`Osservatore Romano señalaba que no se puede confundir el servicio, al que todos los hombres y mujeres somos llamados, con la servidumbre en la que se encuentran, sobre todo, y no por casualidad, algunas mujeres.

Discriminación y explotación siguen siendo realidades incontestables también en democracias formalmente avanzadas, en las que sigue cosificándose a la mujer mediante el acoso o el mal trato como hemos visto, por ejemplo, en el mundo del cine. También en la Iglesia hemos de dar pasos para dejar de  presumir a la mujer adulta abusada como consentidora voluntaria de algunos depredadores sexuales, más percibidos como pecadores infieles a su compromiso religioso que como delincuentes generadores de un infierno indescriptible. Revertir este estado de cosas, que encuentra su arraigo en una cultura patriarcal y machista, como recuerda Francisco, supone combatir la inconsciencia y el negacionismo. También acontecen en la Iglesia. Su superación constituye un desafío de primer orden para la significatividad evangélica y la cultura de los derechos humanos. Hoy, como siempre, se encuentran “en el alero” y necesitan, por consiguiente, de la malla tupida de la responsabilidad y del deber de protección, promoción y exigencia.

Esta Vigilia constituye una invitación a volver al Paraíso del que nunca debimos haber salido. Vosotras, recias mujeres creyentes, no en relación dialéctica sino dialógica con nosotros, los varones, tal vez porque comprendéis mejor las cosas de Dios (cf. Mulieris Dignitatem 15), nos invitáis, con María, mujer e Icono de la Iglesia,  a hacer lo que Él nos dice (cf. Jn 2,5).

De este modo, el relato del Génesis se tornará, no solo en una narración repleta de simbolismo acerca de los orígenes de la humanidad y del designio providente de nuestro Dios, sino en una apremiante convocatoria y en una invitación a volver a Dios y a realizar su sueño. En efecto, el retorno al Paraíso no es el resultado de un esfuerzo voluntarista, ni siquiera de una mayor concienciación. En la clave creyente en la que estamos celebrando esta Vigilia, es sobre todo un acto intenso de obediencia a Dios y de fidelidad a  su sueño.

El Dios que nos ha creado armoniosamente, radicalmente iguales en dignidad y preciosamente complementarios en la diferencia, es el mismo que nos ha regalado una casa común repleta de criaturas animadas e inanimadas que aclaman su gloria con la coda con la que el autor sagrado culmina cada hito precioso: “y vio Dios que era bueno” (Gn 1,10 ss.). Después del clímax creacional, solo cabe el descanso, el silencio y el respeto. Es verdad: a veces, no queda más remedio que detenerse y callar para tomar conciencia, contemplar y celebrar.

Cuando en el Paraíso se introduce el dinamismo del poder y la dominación que quieren desbancar a Dios (el único “Dominus”, el único bondadoso Señor), o se pretende el control del árbol de la ciencia del bien y del mal, (siempre el dichoso poder…), entonces se inocula el virus de la infelicidad y el sinsentido.

Por eso, a partir de ese momento, lo que costará el sudor de nuestra frente  es retornar al sueño de Dios. Ese sueño donde la desnudez no escandaliza porque hay profundo respeto mutuo y limpieza de corazón. Volver al Paraíso y realizar el designio de Dios implica tener el atrevimiento de dejarnos encontrar por El. Supone ponernos a tiro de su Espíritu para que nos regale audacia y creatividad a torrenteras. Conlleva dejarnos empapar por la lluvia fina de la Utopía del Reino de Dios y empeñarnos en que de nuestro bendito mundo desaparezca toda forma de discriminación: que no haya ni hombre ni mujer, ni judío, ni gentil, ni autóctono ni extranjero; que ni los papeles ni la orientación sexual segreguen.

Sin duda, ante un proyecto tan apasionante como ineludible cabe una diversidad de estrategias. No hay un único modo “cristiano” de llevarlo a término. Pero en ningún caso se trata de una condescendencia hacia las mujeres o una concesión a lo políticamente correcto. Constituye un deber ineludible y un elemento de credibilidad de nuestra Iglesia nada desdeñable. Desde luego, nada dispensa de acometer este desafío al modo evangélico. Incidiendo más en lo dialógico que en la confrontación. Aunando misericordia y justicia, ternura y radicalidad, compasión e indignación. Apostando por la vida y por el cuidado y los derechos que merece en todo su deseable extenso devenir.

No quiero extenderme porque hoy la palabra es, sobre todo, vuestra. Concluyo con las palabras proféticas del Mensaje final del Concilio Vaticano II a las mujeres: “Llega la hora en que la mujer adquiera en el mundo una influencia, un peso y un poder jamás alcanzados hasta ahora. Por ello, en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda, las mujeres llenas del espíritu del Evangelio pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga”. Pues eso. Oremos al buen Dios para nos ayude a mujeres y a hombres, a hombres y a mujeres, a volver al Paraíso. Que así sea.

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