Eucaristía

Corpus Christi de los primeros cristianos

EL CORPUS CHRISTI DE LOS PRIMEROS CRISTIANOS

[Artículo de Juan Fernández de la Cueva Martínez Raposo]

Leyendo alguna reflexión para preparar mi homilía del Día del Corpus Christi me llevé un gran susto. Caí en la cuenta de que la manera de celebrar hoy la eucaristía en comparación con la Última Cena y las primeras comunidades cristianas se parecen como un huevo a una castaña.

No me refiero a las verdades dogmáticas sobre la eucaristía (que es el centro y culmen de la Iglesia, que la presencia sacramental de Cristo es incuestionable…) sino a la forma de celebrarla. Hemos tergiversado el sagrado sacramento en un rito cultual que ha aguado la fuerza transformadora de nuestra vida espiritual y social.

Mi susto radica en que yo he celebrado unas 18.720 misas en mis 52 años de cura. Y ¿cuánto habré contribuido a convertir la sangre de Cristo en agua bendita? Para saberlo he de volver a la vitalidad de los sacramentos en las primeras comunidades.

Los sacramentos ni son ritos mágicos, ni son milagros. Un sacramento es la unión de un signo visible humano con una realidad significada espiritual, que enriquece al signo visible primero. Puede parecer una adivinanza, pero yo vi claro su significado en una experiencia de verano.

Unos amigos se reían de mí porque llevaba un reloj de pulsera del siglo pasado, de los que todavía se les daba cuerda con la mano.  Me decían que no fuese tacaño y lo tirara. Entonces les pregunté cuánto pensaban que valía mi reloj. Entre mofas me respondieron que ni un euro. Pero yo les contesté que, para mí, ese reloj valía más que un Rolex con diamantes.

Y seguí explicándome: cuando en unas colonias infantiles yo me estaba ahogando en Llanes porque una fuerte resaca no me permitía avanzar hasta la playa, un desconocido se tiró vestido al agua y me salvó. Ya tranquilos en la playa, le pedí un favor a mi “salvador”: que me diera su reloj estropeado por haberle entrado agua en la maquinaria. Me lo dio, lo arreglé y aquí lo tenéis

Esto es un sacramento humano, un signo visible humano (el reloj) que se cargó de un significado espiritual, en este caso de valentía, de fidelidad, de correr el riesgo de perder la vida por salvarme. Pero para mí este reloj está cargado de otra realidad significada con valor inconmensurable: es signo de alguien que me salvó arriesgando su vida..

Transportando esto a la eucaristía, el signo no es el pan, sino el pan partido, y repartido para ser comido. En la multiplicación de los panes del relato de este domingo del Corpus, el pan no se compra, sino que se reúne y todo se multiplica bajo la acción de Jesús para compartir con los necesitados.

La clave del signo sacramental en la última Cena no está en el pan como cosa, sino en la disponibilidad de Jesús en su vida que se dejó partir, se dejó comer, se dejó asimilar. Es lo que fue Jesús toda su vida, aunque esa actitud tuvo como consecuencia la muerte.

No es la muerte la que nos salva sino su vida que estuvo siempre disponible para todo el que lo necesitaba. La presencia sacramental de Cristo en la eucaristía, sin este sentido, transtorna su verdadero valor sacramental. Algo parecido a como si a la mayonesa le falta el ingrediente del aceite; eso puede ser una receta fenomenal pero ya no es mayonesa.

Comulgar significa la decisión de hacer nuestro todo lo que es Jesús. Significa que, como él, soy capaz de entregar mi vida por los demás, estando siempre disponible para todo aquel que me necesite.

Así describía San Justino la celebración de la eucaristía semanal entre los cristianos del siglo II: “cada uno entrega lo que posee para socorrer a los huérfanos y las viudas, a los que sufren por enfermedad o por otra causa, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso y, en una palabra, a cuantos están necesitados”.

Todas las muestras de respeto hacia las especies consagradas están muy bien. Pero arrodillarse ante el Santísimo y seguir menospreciando o ignorando al prójimo, es una contradicción. Si en nuestra vida no reflejamos la actitud de Jesús, la celebración de la eucaristía seguirá siendo magia barata para tranquilizar nuestra conciencia.

Así reprocha Cipriano, obispo de Cartago en el siglo III, a una rica matrona: “Tú eres afortunada y rica. Te imaginas celebrar la Cena del Señor sin tener en cuenta la ofrenda. Tú vienes a la cena del Señor sin ofrecer nada. Tú suprimes la parte de la ofrenda que es del pobre”.

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