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Siempre es Día Contra la Trata

SIEMPRE ES DÍA CONTRA LA TRATA

Ana Almarza Cuadrado
Coordinadora de la Comisión Contra la Trata de Personas
(Vic. para el Desarrollo Integral y la Innovación de la Diócesis de Madrid)
23.12.20 – Día Int. contra la Explotación Sexual y el Tráfico de Mujeres, Niñas y Niños

Hay fechas que nos hacen especialmente sensibles y nos ayudan a reflexionar sobre distintas realidades, hay días en que en todos los medios de comunicación salen noticias relativas a lo mismo. Así, cada año desde 1999, se conmemora el 23 de septiembre el Día Internacional contra la Explotación Sexual y el Tráfico de Mujeres, Niñas y Niños. Con esta fecha se nos recuerda la primera ley que se promulgó a nivel internacional contra la prostitución infantil, y un año más tarde en Palermo, en una Convención de las Naciones Unidas, se da una definición de “trata de personas» como la captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de explotación. Esa explotación incluirá, como mínimo, la explotación de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos. La trata es considerada como «la esclavitud del siglo XXI».

Muchos movimientos en estos días alzan la voz y se hacen eco de esta realidad. También en el ámbito de la Iglesia nos hacemos más sensibles, nos sumamos a la causa y alzamos nuestra voz. También es un día para dar a conocer la tarea que día a día llevamos a cabo de forma silenciosa. Muchas congregaciones y entidades de Iglesia trabajamos sin descanso. No sólo la sociedad civil saca documentos y normas, promulga días que denuncian estas realidades. En la Iglesia llevamos muchos años trabajando y denunciando. Ya Gaudium et Spes (27), en el concilio Vaticano II, en 1973, contemplaba con preocupación “cuanto ofende a la dignidad humana, las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al operario al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador”.

Juan Pablo II insiste en varias ocasiones en que “la explotación sexual de mujeres y niños es un aspecto particularmente repugnante de este comercio y debe considerarse como una violación intrínseca de la dignidad y de los derechos humanos. La irritante tendencia a ver la prostitución como un negocio o una industria no sólo contribuye a la trata de seres humanos, sino que, de por sí, es la prueba de una tendencia cada vez mayor a separar la libertad de la ley moral y a reducir el rico misterio de la sexualidad humana a mero producto de consumo”.

Benedicto XVI, afirma que «la trata de seres humanos por motivos sexuales o para trasplantes de órganos, así como la explotación de menores, su abandono en manos de personas sin escrúpulos, el abuso, la tortura, se producen tristemente en muchos contextos turísticos»… “el turismo sexual es una de las formas más abyectas de estas desviaciones que devastan, desde el punto de vista moral, psicológico y sanitario, la vida de las personas, de tantas familias y, a veces, de comunidades enteras”.

El Papa Francisco, incansable en la defensa de los hombres y mujeres que padecen la trata de seres humanos, no se cansa de denunciar que “la más dramática de la mercantilización actual es, precisamente, la trata de personas que, en sus múltiples formas, constituye una herida en el cuerpo de la humanidad contemporánea, una herida profunda en la humanidad de los que la sufren y de los que la llevan a cabo”. En muchos comunicados reafirma que “la trata desfigura la humanidad de la víctima, ofendiendo su libertad y dignidad”. Y, al mismo tiempo, “deshumaniza a quienes la llevan a cabo, negándoles el acceso a la vida en abundancia”.

Es el momento de que quienes nos sentimos la iglesia seamos cada vez más sensibles al dolor que padecen nuestros hermanos y hermanas víctimas de la trata para la explotación y disfrute de quienes denigran el cuerpo, es el momento de recordarnos que “Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn 1, 27). Respetemos nuestro cuerpo, y el de nuestros hermanos y hermanas… «porque vosotros sois el templo del Dios viviente” (2 Corintios 6,16). “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?» (1 Corintios 6,19).

Nos dice el Papa Francisco que “la Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir hacia las periferias, no solo las geográficas, sino también las periferias existenciales: las del misterio del pecado, las del dolor, las de la injusticia, las de la ignorancia… las de toda miseria”.

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