Menores. Centros de ejecución de medidas judiciales El Laurel y El Lavadero (Madrid)

Nazario acaba de salir de un Centro de Ejecución de Medidas Judiciales

Nazario, joven converso que acaba de salir de un centro de ejecución de medidas judiciales:
«A DIOS LE DEBO TODO, ME HA SALVADO DE TODO»

[Begoña Aragoneses para la web diocesana]

Prefiere mantener su identidad oculta, y por eso para este reportaje ha elegido el nombre de Nazario. Lo hace como un guiño a su padre, una broma paterno-filial, pero etimológicamente, del hebreo, significa «consagrado a un fin». Quizá sea mostrar esperanza en un año jubilar en el que la Iglesia invita a ser peregrinos de esperanza. «Otra cosa, bueno; pero la esperanza no se puede perder nunca», asegura convencido.

Nazario ac aba de salir de los Centros de ejecución de medidas judiciales para menores El Laurel y El Lavadero (Madrid)

Nazario tiene 20 años y acaba de finalizar su internamiento en un centro de ejecución de medidas judiciales para menores de la Comunidad de Madrid. Le quedan aún tres años de libertad condicional. Ingresó a los 16 años.

— Siempre me ha gustado tener más de lo que tenía.
— ¿Fue eso lo que te llevó al centro?
— Un poco todo.

Hijo único de una familia trabajadora, nacido en Madrid, «en La Paz» para más señas, Nazario tuvo una infancia normal, fue al colegio, al instituto… Hasta que todo se torció. Los comienzos en el Centro no fueron nada fáciles; en realidad, nada fue fácil allí. «Al principio estás que no sabes dónde estás; quieres irte, no sabes qué hacer con tu vida». Una situación «desesperada»; «lo que más te mata es no tener contacto con tu gente y la falta de libertad».

A los meses, pidió a la directora del Centro hablar con un sacerdote. «Toda la vida he creído en Dios». Aunque no estaba bautizado porque sus padres pensaron que mejor eligiera de mayor, a veces iba a Misa. Y apareció en su vida Félix Martínez, capellán de los centros de menores infractores El Laurel y El Lavadero. Más de 40 años lleva este sacerdote amigoniano trabajando directamente con este perfil de chicos (ver reportaje más abajo). «Los críos», los llama él de forma cariñosa, como un padre. Como ese Dios misericordioso que es, afirma después de tanta vida con ellos, lo que en realidad están buscando.

Y Nazario se unió al grupito que cada viernes se veía con el capellán. Siempre a petición de los internos, y siempre en una sala específica en la que a veces tenían que estar divididos para que no hubiera problemas. «Hay muchos integrantes de bandas latinas rivales», justifican ambos. Refieren una ocasión en la que los chavales se enzarzaron. «¡Ni a los curas respetan!», se indigna Nazario. Pero el padre Félix quita hierro al asunto. «Él es buenísimo con toda la gente», añade el joven.

Bautismo, Confirmación y Eucaristía

Reconoce Nazario, que cuando habla lo hace sencillo y sin rodeos, que nunca se llegó a apuntar a catequesis en su vida anterior al centro, pero que siempre había tenido el deseo de bautizarse. Así que, «ya que estoy aquí —se dijo—, ¿por qué no?». Y se lo comentó al padre Félix. Durante un año se estuvo preparando para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. «Las cosas básicas ya me las sabía, pero el credo, por ejemplo, no me acordaba».

La celebración fue en mayo del año pasado. Presidió el vicario de Pastoral, José Luis Segovia, y el centro permitió el acceso a los padres de Nazario y a sus padrinos, una hermana de su madre y un hermano de su padre. «No me dejaron invitar a mis abuelos», y eso al joven le dolió un poco, aunque «ya le he dicho al padre Félix que ahora tenemos que hacer una Misa en condiciones» con todos los que él quiere.

Antes de comenzar, Nazario pudo hablar con sus padres. «Les pedí perdón por todo lo que les había hecho pasar», recuerda. Y les prometió que ese sería el comienzo de una nueva vida «enmendando todos los errores». El padre Félix apunta algo más de lo que les dijo: «Hasta ahora os he dado muchos disgustos y a partir de ahora os voy a dar muchas alegrías».

La familia y el acompañamiento espiritual

Tanto Nazario como el sacerdote hablan del vital apoyo de la familia del joven en todo este tiempo. «Ese día me recordaron que me querían mucho y que tenía toda la vida por delante; sin ellos no habría sido posible», resume el joven.

El otro pilar que junto a la familia ha sido el salvavidas de Nazario es el acompañamiento espiritual. «En el mundo de estos chicos, de las cárceles, la pastoral les ayuda a crecer como personas, a encontrarse consigo mismo y con Dios; y en ese camino, en el que han roto las relaciones con el prójimo, el encuentro con Dios les ayuda a encontrarse con los demás», señala el capellán.

Esto «les da paz interior». El padre Félix ha visto cómo a Nazario «le ha ayudado a llevar la situación de internamiento con serenidad». También la confesión, que el sacerdote llama el «sacramento de la fiesta del perdón». «Sus confesiones —recuerda— las vivía como una terapia, se desahogaba a Dios y experimentaba esa misericordia de Dios». En realidad, todos estos «críos, en medio de las dificultades, buscan la misericordia de Dios».

Para el sacerdote es muy motivador y gratificante cuando les va viendo salir. «Son chavales adolescentes que confunden su vida, que se han metido es muchos líos, pero cuando ves que salen y hacen felices a los demás…». Para uno, que cumplió los 18 años ya fuera del centro, celebró en una ocasión en su parroquia una paraliturgia de acción de gracias por su cumpleaños con todos los familiares. «Son situaciones muy agradables».

No es la gran mayoría, reconoce, pero por ejemplo Nazario «ha puesto de sí mismo todo lo posible para reorientar su vida». Actualmente trabaja con su padre y está «encantado». Además, estudia para mejorar sus competencias profesionales.

¡Y tiene novia! «La conozco desde hace muchísimo, pero retomamos el contacto hace dos años». Se empezaron a intercambiar cartas y cuando Nazario dejó el centro empezaron a salir. Por supuesto, no duda, se casará con ella por la Iglesia. «A Dios le debo todo, me ha salvado de todo; hasta mi condena fue un aviso de que ese no era el camino».

Nazario ac aba de salir de los Centros de ejecución de medidas judiciales para menores El Laurel y El Lavadero (Madrid)
Félix Martínez: «El más evangelizado soy yo»
[reportaje de Begoña Aragoneses para la web diocesana, 26.4.21)

A finales del siglo XIX, el capellán de la prisión de El Dueso (Santoña, Cantabria), el padre Luis Amigó vio claro que no era bueno que adultos y chavales estuvieran juntos en la prisión por los abusos que los mayores ejercían sobre los menores. «¿Qué hacer con esos chicos?», se preguntó. Su respuesta inspirada fue fundar la Congregación de los Religiosos Terciarios Capuchinos de Nuestra Señora de los Dolores, conocidos como los amigonianos.

En ellos se fijó el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, para encargarles, hace cuatro años, la atención pastoral de los menores con medidas judiciales de los centros El Lavadero y El Laurel, gestionados por la Comunidad de Madrid. «Nuestro carisma principal es atender a menores con problemas», explica Félix Martínez, en quien recayó la atención pastoral de los internos. Con 40 años a sus espaldas de trabajo directo con este perfil de chicos, 27 de ellos en la Casa de los Muchachos de Torrelavega, este sacerdote lo tiene claro: «La sociedad criminaliza mucho a estos menores, pero hay chavales que también buscan a ese Dios misericordioso».

Tanto, que el padre Félix está preparando ahora mismo a uno de ellos para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo, Confirmación y Primera Comunión. «Me lo pidió él», igual que todo lo que tiene que ver con su trabajo en el centro. La iniciativa de verse con el capellán parte de los propios chicos, que lo tienen que solicitar por escrito. «El viernes viene el cura, ¿quién se apunta?», se animan entre ellos. Y aunque no suelen ser muchos –en 2020, teniendo en cuenta las rígidas restricciones por la pandemia, fueron nueve–, todo compensa.

Sobre todo, la experiencia del sacramento de la Reconciliación, que al padre Félix le gusta llamar «la fiesta del perdón». «¡Confieso más que en el colegio en el que estoy!», exclama, porque son ellos mismos los que se lo piden y «no cabe duda que están deseosos de encontrarse con un Dios que para ellos sea un Dios misericordioso». Y esto «les ayuda a crecer desde una dimensión humanizadora y humanizante». Muchos, cuenta, «agachan la cabeza, reconocen sus faltas, todos los conflictos en los que se han metido», y algunos incluso le piden: «Si me puedes ayudar, ayúdame». Y entonces el sacerdote les orienta «a que sean capaces de dejarse acompañar en su vida por la figura de Jesús».

La importancia de la fe de niño

Cuando el padre Félix pregunta a los chavales por qué quieren verle, ellos siempre se acuerdan de cuando eran pequeños (más pequeños): «Por el colegio, por la catequesis que hayan podido tener algunos, esa imagen del hijo pródigo y del Dios misericordioso la tienen presente. Y es importante, desde la dimensión pastoral, revivir en ellos todos estos sentimientos que en algunos han sido trabajado incluso por los abuelos». «Yo es que me acuerdo de mi abuela, que cuando me levantaba por la mañana y me acostaba por la noche, rezaba alguna oración conmigo», le dijo una vez uno, o «yo me acuerdo que una vez hice de monaguillo», le contó otro.

Por eso, al padre Félix le gusta contar su experiencia a catequistas abatidos o desmotivados porque no ven frutos. «Lo importante es sembrar», les recuerda, y esto se puede hacer «simplemente haciendo ver a los a niños que contamos con Dios, que Él para nosotros es importante».

«Dan problemas porque tienen problemas»

Los centros de menores con medidas judiciales albergan en régimen de internamiento cerrado o semiabierto a quienes han cometido un delito y han sido juzgados conforme a la Ley del Menor, que aplica a chicos de entre 14 y 18 años. El sacerdote destaca con sorpresa que también los hay por violencia hacia sus padres. «El factor educativo es muy importante», y es precisamente uno de los que influye en que estén allí. Pero hay un denominador común que sobresale por encima de todos: las carencias afectivas.

Sin olvidar que es un hecho que estos chicos han delinquido, con lo que se queda la sociedad es con eso, con que «han tenido conductas disruptivas, y los criminalizamos». Pero «ellos tienen tales problemas que no son capaces de dar respuestas positivas», indica. Problemas que son, por su experiencia, además de los educativos y afectivos, «laborales y de vínculo social». Ellos mismos se excluyen al sentirse señalados.

Y también, problemas familiares. En las charlas que da sobre su experiencia, el capellán siempre plantea una cuestión: «Si a nosotros nos hubiese tocado nacer y vivir en el seno de estas familias, no sé dónde estaríamos». Muchachos de «familias desestructuradas» que tienen una respuesta «a nivel social según lo que ellos han vivido y han aprendido». «Estos chicos dan problemas porque tienen problemas», resume. La respuesta social pasa por «afrontar su problema principal» desde «las carencias que ellos han vivido».

Trivial y Comunión

El servicio de acompañamiento pastoral en estos centros consiste en un encuentro semanal de una hora, los viernes, que el padre Félix se prepara muy bien. Se reúnen en una salita, siempre en presencia de uno de los educadores, y comentan cómo ha ido la semana. «Me cuentan si les han aislado, si les han tenido que hacer alguna contención, si han tenido problemas con otros chicos…». Leen el Evangelio del domingo y lo meditan con vídeos y cortos que ya lleva el padre Félix preparados. Incluso con una especie de Trivial de preguntas religiosas y cartas, «y así van aprendiendo signos y palabras». También canciones, cuentos… Todo para descubrir a Jesús «con esa dimensión humanizadora, de una manera especial para quienes lo están pasando peor».

«Intento hacerles ver que el Jesús en el que nosotros creemos, y sobre todo en este tiempo pascual, nos ofrece un mensaje de paz». Y les dice que van a ser «mucho más felices» si son capaces «de escuchar a este Jesús». Los chavales están en el centro «muchas veces estresados, nerviosos, con ganas de salir», pero el capellán les recuerda que «si estáis aquí es porque os habéis metido en problemas». Para hacer frente a esta situación personal «es importante que adquiráis y viváis una paz interior». Y oran para que «esa paz interior que puedan adquirir desde el encuentro con Jesús les ayude a ser capaces de vivir la paz también exterior».

El capellán también lleva la Comunión a quienes lo hayan pedido, confiesa también a quien lo solicite y charla con ellos, que van siempre «queriendo saber algo de Dios, tienen muchas dudas y me las plantean. Incluso que por qué soy sacerdote, si no tengo hijos…», ríe. Ha preparado a chicos para recibir el Bautismo, la Primera Comunión… En ocasiones especiales celebran una Eucaristía, como el día de Todos los Santos, y entonces los muchachos rezan por sus difuntos.

Pidiendo todos los permisos oportunos, les lleva algún regalo el día de Reyes, «unos calcetines» o lo que necesiten; el día de su cumpleaños el capellán lo celebra llevando también unas pastas, también con todos los permisos. Esto es quizá lo más complicado de sortear. El padre Félix reconoce que le da vueltas a cómo hacerse presente y que le vean más en los centros. Le gustaría estar con ellos en sus ratos de ocio, «les organizaría campeonatos, jugaría con ellos… Me gustaría llegar a más». Es difícil por las medidas restrictivas, pero «dentro de lo que hacemos, estoy contento. A veces el más evangelizado soy yo cuando salgo de allí», concluye.


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