Entrevista con el párroco en Cañada Real
“TRES MESES SIN LUZ NOS HAN HECHO RETROCEDER 10 AÑOS”
Agustín Rodríguez Teso
[tomado de Daniel Leguina para Cuarto Poder]
[Véase en esta entrada una recopilación de las actuaciones recientes más destacadas de nuestra Iglesia de Madrid en Cañada Real]
Los partes meteorológicos de estos días en Madrid vaticinan temperaturas bajo cero. Con este panorama, los vecinos de la Cañada Real, el mayor asentamiento irregular de Europa -a 21 kilómetros de la capital-, afrontan su cuarto mes sin luz eléctrica, ante la indiferencia de los gobernantes y con Naturgy, la compañía suministradora, mirando para otro lado. Esta empresa defiende el corte de energía por la elevada sobrecarga en la red, provocada, supuestamente, por plantaciones de marihuana en algunas viviendas. Mientras, la Comunidad de Madrid, los ayuntamientos implicados -Coslada, Rivas Vaciamadrid y Madrid- y la Delegación del Gobierno se pasan la patata caliente cada vez que alguien les pregunta. El sacerdote Agustín Rodríguez Teso (Madrid, 1962), que lleva trece años al frente de la parroquia del poblado, denuncia que la Cañada es una “indecencia que hemos construido entre todos”, y reclama más “coraje” a la Administración ante una situación de emergencia humanitaria.
-¿Cómo se siente ante la guerra política que se ha desatado en la Cañada Real?
-Me preocupa y me duele la gran irritación que generan las trifulcas partidistas en el tejido social. Son un tostón insufrible y, además, no son para tanto. En la política española hay demasiada crispación y mucho postureo. Estoy convencido que de las situaciones complicadas se sale unidos o no se sale: si te dejas gente atrás lo acabas pagando, porque los olvidados lo viven como una traición. El juego que se traen los políticos, que les dará sus réditos, termina generando situaciones de crispación inverosímil, y nos salpica porque se está falseando la imagen de la Cañada, ya que constantemente tienen a sus palmeros en los medios. Una vez lanzado el bulo es muy difícil de parar, y acaba valiendo más lo que se dice por ahí que el criterio de alguien que está en el poblado todos los días.
-¿Cómo se afronta un problema de tal magnitud, con miles de familias sin luz por más de tres meses y con un frío extremo?
-Tenemos una situación muy deteriorada y llueve sobre mojado. El tema de la luz nos pone al límite a todos, especialmente a las familias que viven en el asentamiento, pero además está generando una relación de desconfianza bestial que imposibilita hacer caminos comunes; y si en una coyuntura tan compleja como la de la Cañada no seguimos todos el mismo recorrido, nos van a ir muy mal las cosas. En los últimos años habíamos conseguido un consenso lo suficientemente amplio, entre vecinos, entidades sociales y administraciones, para ir caminando, no sin dificultades, en busca de soluciones justas y dignas entre el juego de intereses comunes. Las soluciones han de basarse en una confianza mínima y estable, y ahora se han roto, y nos toca curar las heridas: en tres meses hemos retrocedido diez años. Es mucho más difícil restaurar la confianza que perderla.
-¿Es justificable el corte de suministro eléctrico a más de 7.000 personas porque existen supuestas plantaciones de marihuana en algunas viviendas?
-Soy poco ‘conspiranoico’: no creo que existan los cortes voluntarios de luz. La situación se veía venir desde hace años. Lo que echo en falta es el coraje para ir al límite de las normas para que no ocurran estas cosas. La capacidad de la excepcionalidad nos debería permitir tener luz, y mandar a hacer puñetas el reglamento que lo impide, sobre todo para no dejar sin suministro a tantas personas, entre ellas 2.000 menores. En determinados momentos, la Administración debería arriesgar más, y en este caso no ha tenido el valor que se le presupone, aunque luego llegue un juez y la condene. El problema fundamental no tiene nada que ver con la Cañada, sino con el sistema en el que vivimos, ya que la realidad social y jurídica no se elabora desde los pobres, sino desde los que no sufren la pobreza.
-¿Qué le pareció la propuesta del Ayuntamiento de Madrid para realojar a los vecinos en una antigua fábrica de muebles?
-Esa iniciativa no era un realojo, sino un recurso de emergencia ante una situación de frío para proteger a las familias frente a la nevada y el frío de estos días, ya que sus viviendas podrían no tener el suficiente acondicionamiento. Pero el dispositivo municipal fracasó, posiblemente por la desconfianza generada en estos tres últimos meses. En la primera noche de nieve durmieron en mi parroquia trece drogodependientes de la zona; veinte en la segunda y treinta en la tercera. Era un recurso adecuado en un momento concreto y puntual. Sin embargo, la gente no quiso irse a la fábrica por miedo a perder sus viviendas, muchos pensaron que se las iban a derruir. Durante el confinamiento se estableció en la Cañada un mando único, que nos aglutinó a todos en una estructura que nos facilitaba remar en la misma dirección, y eso ahora no ha ocurrido: habrá que aprender del error.
-¿Existe un trasfondo de discriminación racial en el asunto de la luz?
-No de manera proactiva, pero la discriminación es previa. La inmensa mayoría de los habitantes de la Cañada son gitanos y migrantes. Estas personas tienen serias dificultades para acceder a una vida normalizada. En los ochenta, noventa y primera década de este siglo, muchas familias marroquíes se instalaron en la zona porque las condiciones económicas les eran favorables, pero no sabían que no podrían tener título de propiedad ni derecho a nada. Nos creímos que la burbuja inmobiliaria, mientras en las discotecas se cantaba ‘yo quiero ser Mario Conde’, era una forma de vida. Durante la tormenta de nieve se ha perdido la luz en muchos lugares, pero han tardado apenas horas en resolverlo, porque existen unos protocolos regulatorios, mientras que la Cañada está al margen de esos reglamentos, porque su marginalidad no es sólo física, sino fundamentalmente existencial.
-¿Se sienten abandonados por las autoridades?
-No, pero están siendo incompetentes a la hora de resolver el problema. No sé lo que piensan Ayuso y Almeida, nunca he hablado con ellos. Yo me muevo en niveles más bajos de la Administración, con los comisionados, y sé que viven el asunto con preocupación. Otra cosa es que la dinámica administrativa sea capaz o incapaz de solucionar el tema, y por ahora ha habido una gran ineptitud, y cuando esto ocurre se reducen los derechos de los ciudadanos. Las autoridades no son capaces de encontrar una solución real a medio y largo plazo, y realojar a todos los vecinos del poblado es inviable.
-En la Cañada, donde viven además muchos menores, se está violando sistemáticamente el derecho a una vida digna. ¿Qué responsabilidad tiene a su juicio el Estado?
-Tiene una responsabilidad absoluta. Yo no digo que tenga que tener una varita mágica para resolver cosas imposibles, pero la responsabilidad es suya. Es el Estado el que tiene que velar por los derechos de los ciudadanos, ese es su papel. Existe precisamente para regular y administrar los bienes de todos los ciudadanos, de forma que puedan gozar de sus derechos. Se pueden pasar la pelota unos a otros, pero la responsabilidad es de todos los niveles de la Administración: municipal, autonómica y estatal.
-¿Es moralmente aceptable que España, país con una economía muy desarrollada y miembro de la UE, tenga el mayor asentamiento irregular de Europa?
-Creo que no. La Cañada es una indecencia que hemos construido entre todos, y es una reproducción de lo que vivimos en muchos de los barrios que en los ochenta se encontraban al otro lado de la M-30. Ahí estaban Caño Roto, el Cerro de la Mica, Pan Bendito, Orcasitas, Orcasur o la UVA de Villaverde, entre otros lugares marginales, con condiciones de vida iguales a las que hoy tenemos en la Cañada, sin derechos ni posibilidades para sus habitantes, y donde se vendía droga a mansalva. No eran tan distintos a lo que hoy es la Cañada. Pero, poco a poco, aquellos suburbios se fueron reorganizando para que fuera posible el derecho a la ciudad, mientras que la Cañada se quedó al margen, posiblemente por su mayor distancia geográfica: estaba tan lejos que a nadie se le ocurrió que pudiera terminar dando problemas. Ahora necesita exactamente esa reordenación que ya tuvieron otras áreas de Madrid.
Por eso le pedimos a los grupos políticos que se comprometan a continuar el trabajo que ya se viene haciendo, para que en unos diez o doce años se resuelva definitivamente el asunto. Hay que recordar que la Cañada surge en los años cuarenta, con un aumento sostenido de población hasta principios de los noventa, y la parroquia se fundó en 1953.
-Más allá de la situación actual, ¿cuáles son los problemas endémicos que arrastra el poblado?
-Depende de la zona. Los sectores del uno a cuatro, y parte del cinco, tienen un problema de carácter urbanístico, por la no regularización del asentamiento, por lo que habrá que ver qué se puede urbanizar y qué no, para que el tema se solvente cuanto antes. Por otro lado, el sector seis, que ocupa casi la mitad del entramado, es un lugar de exclusión y vulnerabilidad, muy condicionado por el aislamiento, que tanto daño hace a la gente. También está el asunto de la impunidad en relación a la venta de drogas: el que trafica se siente fuerte, y eso provoca que los que están a su alrededor se vean más vulnerables porque nadie los protege.
-¿Qué es lo que más le preocupa de cara al futuro?
-En el corto plazo, lo fundamental es que vuelva la luz; pero lo más importante es que seamos capaces de restituir nuestros lazos de confianza.