CARLOS OSORO EN CAÑADA REAL
Tomado de «El cardenal Osoro se reúne con los voluntarios de Cáritas Diocesana de Madrid en la Cañada Real», en Archimadrid del 9.6.21. Texto de B. Aragoneses, fotos de Luis Millán.
[Véase en esta entrada una recopilación de las actuaciones recientes más destacadas de nuestra Iglesia de Madrid en Cañada Real]
«Lisa, ¿qué tal estas hoy?». «Regular…». Y tuerce el gesto. «Bueno, mañana me cuentas». Lisa. Vestido verde lima ajustado de verano. Pelo negro recogido en la nuca. Pendientes de aro grandes dorados. Chanclas. Podría pasar por actriz de cine. Pero no, ella es una de las mujeres que atiende Cáritas Diocesana de Madrid en el proyecto que desarrolla en la Cañada Real Galiana. Su casa es una de las pocas que aún sigue en pie en la zona del Camino sin Asfaltar (nunca un nombre propio ha sido tan verdadero).
Los realojos conforme al pacto suscrito en 2017 se suceden en esta zona en la que la Comunidad de Madrid rellena los huecos de las infraviviendas derribadas con montículos de tierra para que no vuelvan a edificar. Es una especie de exilio forzado para las familias: enganchadas a la luz, sin agua corriente (les llenan unas tanquetas una vez a la semana) y con un muro bajo que está previsto que se instale en el acceso norte para bloquear esta zona y que solo tengan una única salida, la que va en dirección Perales del Río.
El encuentro con Lisa se produce durante la visita que el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, realizó a la Cañada Real Galiana, este miércoles, 9 de junio. En la furgoneta de Cáritas recorrió gran parte de los casi seis kilómetros del Sector 6, el más deprimido y en el que se encuadra la labor que hace la entidad en la barriada. Al paso, conoció de primera mano la situación actual de las familias, muy marcada todavía por la falta de luz desde octubre del año pasado. Han recurrido al mercado de segunda mano para comprar placas solares, pero en muchos casos no les funcionan las baterías; han tirado de prestamistas que les multiplican a su antojo el importe de las devoluciones, o han instalado generadores de gasoil que les suponen, para economías ya muy mermadas, varios cientos de euros más al mes.
«Pobre gente», exclamaba el purpurado conforme Pablo Choza, director del proyecto, le iba contando. No es la primera vez que el arzobispo visita la Cañada. «Aquí estuve yo en un encuentro con el pastor», cuenta, al pasar por la zona en la que se alzaba la iglesia evangélica. El calor ha llegado de golpe a Madrid y las familias llenaban, con sus sillas, la vía principal de la Cañada. Saludaban a la furgoneta. Conocen a Pablo y por supuesto a Diego, otro de los trabajadores (el que ha hablado con Lisa), que hasta que empezaron los desalojos tenía un local de asistencia en el propio Camino sin Asfaltar. El arzobispo (con ambos en la imagen inferior) puso en valor este contacto con las gentes: «Es muy bonito esto, que os conozcan; saben a quién acudir».
«¡El Papa!», gritó una de las mujeres al ver al cardenal. «Los chavales del equipo de fútbol le llaman el Papa de Madrid», añade Pablo. Sí, tienen un equipo de fútbol que participa en la liga interparroquial de la Vicaría IV, y el arzobispo los conoce; tanto, que al salir el tema se interesa por una situación concreta de uno de los chicos de la que tenía conocimiento.
La visita al Camino sin Asfaltar era la última parte de un encuentro entre el arzobispo de Madrid y el equipo de responsables y voluntarios de Cáritas Diocesana de Madrid para conocer de primera mano el proyecto que realizan en la Cañada Real. En las instalaciones con las que cuenta la entidad, en lo que fue en su día una fábrica de muebles, el purpurado pudo escuchar la experiencia de los voluntarios y visitó a los niños a los que atienden todas las tardes.
Los que estaban con Marga, una de las trabajadoras, enseñaron los dibujos que estaban haciendo según lo que les iba sugiriendo en su imaginación un poema de Gloria Fuertes, aunque algunos de los pequeños no estaban nada contentos con el suyo. «El mío es el peor», gritó uno. Y otros, de repente, se dieron cuenta de que el arzobispo era el mismo que aparecía en una de las fotos de su calendario de mesa y fueron corriendo a decírselo: «¡Sales en el calendario!».
Acompañamiento integral a la familia
El proyecto de Cáritas Diocesana de Madrid, que nació inicialmente como un acompañamiento a la infancia, ha evolucionado hacia una atención integral a la familia. En la actualidad, 150 menores, desde los 3 años de edad, disfrutan de un tiempo en las instalaciones en el que aprenden hábitos saludables, sociales, tienen apoyo escolar, meriendan y casi cenan, y, sobre todo, comparten. «Es simular lo más parecido al entorno familiar de un niño que sale del cole», indica Pablo Choza, el responsable. Además, «nos permite afrontar los conflictos de cultura, raciales» en un entorno al que acuden niños de familias gitanas, musulmanas, gitanas rumanas y mercheros (no llegan a ser gitanos, pero tampoco payos).
La idea es que «el centro lo vivan como algo suyo» y que, por tanto, las actividades «sean fruto de lo que hablan los vecinos entre ellos» y se ve como necesario. De hecho, desde 2010, año en el que Cáritas Diocesana de Madrid se instaló en la fábrica –anteriormente habían tenido un local en la zona del Gallinero–, ha habido varias ampliaciones de espacios conforme se han ido incorporando proyectos. Como las escuelas de familia, o las clases de alfabetización o informática paras las mujeres, por las mañanas. «Aunque en realidad –reconoce Choza–, para ellas el centro se convierte en un espacio de encuentro porque en la Cañada no lo tienen». O el taller de peluquería, estética y barbería, al que acuden 15 alumnos. O las salidas de ocio de los viernes por la tarde para los adolescentes, una manera de que estos chicos se vinculen con el proyecto. O los campamentos de verano; este año, le cuentan al arzobispo, se irán a Salou (Tarragona) cinco días.
«Se trata de ofrecer a las familias una oportunidad de disminuir las diferencias que sufren por vivir aquí», explica Choza. Para ello, cuentan con un equipo de doce trabajadores y más de 50 voluntarios, desde jóvenes a jubilados y también de órdenes religiosas, como las Hijas de la Caridad o las Agustinas Misioneras. Para Pablo, que lleva 18 años en Cáritas, los últimos cinco en la Cañada, esto le hace «entender la presencia de la Iglesia» en una zona así, en la que surge la pregunta: «Y aquí, ¿cómo predicamos?». «Es entender cuál es la verdadera acción, ser el brazo de la caridad bien entendida. A veces tendemos a ponernos la capa de superhéroes porque pensamos que hacemos cosas extraordinarias, y esto es un peligro. Porque nosotros hacemos cosas normales con gente extraordinaria que viven en situaciones extraordinarias».
Las circunstancias marcan
Las circunstancias de vida en la Cañada, le describió Choza al cardenal Osoro, «nos obligan a saber estar y saber acompañar a las familias». Por eso, pusieron en marcha hace tiempo los talleres de realojo, para acompañar a la gente en «la incertidumbre y el miedo que les iba a suponer un cambio de vida que iba a romper con sus rutinas y sus costumbres». De casas bajas a pisos en altura, de aire libre a espacios cerrados, de economías muy mermadas a más mermadas todavía… Y, sobre todo, la estigmatización de haber sido habitante de la Cañada. En esto abundó la responsable de Obras Sociales Diocesanas de Cáritas Madrid, Susana Hernández, durante el encuentro: «Intentamos mostrar fuera de la Cañada que las personas que viven aquí son normales y corrientes». También las dificultades a las que se enfrentan, y así hacen rutas con profesores de los colegios del entorno a los que van los niños para que vean sus condiciones.
Precisamente en este sentido la pandemia ha añadido un motivo más de exclusión. «Las familias, que ya estaban aisladas, se aíslan más–contó Choza–; una gran parte de los niños se ha descolgado de la escolarización. Después llegó el corte de luz, luego Filomena». Y ante esto, «la Iglesia hemos aprendido a estar, a colocarnos lo más cerca posible de las familias; en algunos momentos, solo para que nos vean».
Una presencia de la Iglesia en la Cañada que se remonta a 2007, cuando Agustín Rodríguez se hizo cargo de la parroquia Santo Domingo de la Calzada. «Es historia viva de la Cañada«, se refirió a él Pablo Choza, y el párroco, presente también en el encuentro, reconoció que en la barriada «los frentes no se agotan». Por eso, la semana de oración y ayuno que convocó a finales del año pasado fue un remanso, una forma de «rezar como comunidad parroquial» ante las adversidades. Situada en el corazón de la compra-venta de droga de la Cañada, el objetivo prioritario de la parroquia, cuya Cáritas parroquial es uno con el proyecto de Cáritas Diocesana de Madrid en la barriada, es «facilitar, posibilitar que la gente crezca, que haya posibilidades de encuentro y de diálogo». Todo, con la Eucaristía en el centro, «que nos marca de una forma clara, es el inicio de la semana y el culmen de la semana anterior».
En la visita estuvieron presentes también el vicario episcopal para el Desarrollo Humano Integral y la Innovación, José Luis Segovia; el director de Cáritas Diocesana de Madrid, Luis Hernández Vozmediano, y el secretario general de la entidad, Javier Hernando.
La educación, motor de cambio social
El arzobispo valoró el esfuerzo educativo que se hace desde el proyecto: «En la sociedad en la que estamos, una relación de educación auténtica es la que hace el cambio social». Como explicó sor Asun, hija de la Caridad, resumiendo el sentir de todos los voluntarios, «estos niños necesitan mucha atención; si no es por la educación, les va a ser muy complicado salir de aquí».
Recogiendo las palabras de los voluntarios, que reconocieron recibir más que dar, el purpurado concluyó reconociendo: «A veces la gente más pobre te da lo mejor, su corazón, su vida». «Y nosotros, en el fondo –añadió–, damos lo que dio Dios Nuestro Señor, que es amar a la gente. Este es un proyecto precioso; gracias porque hacéis una presencia de la Iglesia esencial».
Un Dios muy presente en la Cañada: en sus habitantes sufrientes, en la parroquia, en el proyecto de Cáritas y también en mensajes que surgen de golpe ante la vista. Como el escrito que se atisba en la tapia de una de las casas ya abandonadas del Camino sin Asfaltar, letras rojas sobre fondo blanco: «Solo Dios salva».